30/6/12

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Hay una cierta clase de estatuas que no están para que las contemplemos sino para que ellas nos observen a nosotros. Sabiéndome libre de la atadura de tener que rendir pleitesía al prócer mercenario que fundó la ciudad o dejando de lado al poeta provinciano, me complazco en buscar las estatuas olvidadas. Solo éstas me proporcionan tranquilidad y, lo que me parece más útil, las que emprenden diálogo conmigo. Son las que mejor relatan acerca de la ciudad desaparecida.


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