Hay una metáfora en el paseo cotidiano de los perros. Ese ejercicio en destensar y tensar la correa en función del peatón que llega y a veces no se le ve a tiempo. Un repentino movimiento retráctil que disuade al can de aquello que olía o mordisqueaba. Me tienta preguntar al animal qué siente. Pero no quiero escuchar más penas. Que con observar las sensaciones humanas ya tengo bastante. Esa sensación cotidiana de que a los seres humanos ciertos dueños nos pasean a todas horas provistos de una correa engañosa que ora nos da margen para que nos comamos el mundo, ora nos la acortan bruscamente para dejarnos a dos velas. Solo se me ocurre pensar en que hay zonas del mundo donde es peor: la correa fija y demasiado corta. Y eso si perdonan la vida a los perros.
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