30/6/12

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Veo la película Las tortugas también vuelan y entre lo que más me llama la atención (hay más temas que se tocan: muy interesante el papel de la televisión y cómo es observada por los refugiados) está el contraste que se da entre los personajes que la protagonizan, que son todos niños. Choca la relativa alegría y dulzura de los niños varones con el gesto mohíno de la única niña protagonista. Si el telón de fondo es violento de por sí (campos de minas, condiciones de vida de refugiados kurdos de Irak, mutilación de los niños que se dedican a localizar los explosivos, invasión estadounidense en ciernes…) el contrapunto son esos niños solidarios, auto organizados para echarse una mano práctica y moral, y echársela a cualquiera. La niña rompe el esquema. Obligada a cargar con un niño ajeno, deficiente, y con un hermano mutilado de brazos por la explosión de una mina, su rostro y su comportamiento rudo desvela el robo de su infancia y, por lo tanto, la desolación en la que vive. Más víctima de las circunstancias que los niños varones, la niña encarna la doble herida con la que un tipo de sociedad y un conflicto bélico se ceban en ella. Una soledad no asumida que escalofría por su desenlace. No todos los niños son alegres ni mantienen la esperanza. Me sobrecogió esta mujer, me llevó a pensar en todas las mujeres a las que ciertas culturas, las violencias o las guerras ignoran  -y en las que se ceban-   con harto dolor.


1 comentario:

  1. Es que no hay nada mas sobrecogedor que la mirada de un niño al que le han robado su niñez. No hemos visto la película, pero lo haremos.

    Un saludo

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