Permanezco mirando los tres monos, que en este caso parecen primates avanzados, o podrían ser ciudadanos comunes de nuestro tiempo. Una sombra de la leyenda antigua, aquellos san saru japoneses que tomaban posiciones frente al mal ¿siguen tomándolas ahora? Puede que en la tradición japonesa fueran tres actitudes complementarias, donde hay que fijarse no tanto en lo que niegan al tapar un órgano sensorial como en las otras partes de su cuerpo que quedan libres y afirman silenciosamente. Pero si su actitud era negarse a incurrir en el mal, no escuchándolo, ni profiriéndolo, ni observándolo, ¿cómo es que en Occidente nos llega este trío como un mensaje de aquiescencia y sumisión frente a la maldad multiplicada en que vivimos? Tal vez el sentido ancestral de la prudencia se ha desfigurado entre nosotros. O no entendemos mensajes de otras sabidurías. O nos corroe nuestra propia hipocresía e incapacidad de reacción frente a los avatares y las injusticias. El sincretismo de los símbolos culturales no siempre funciona. Y sin embargo, todas las culturas son sincréticas en mayor o menor medida, lo cual no quiere decir que predominen con el mismo peso unos elementos que otros. El cristianismo, por ejemplo, es uno de los hilos religiosos con más mezcolanza que existe desde la antigüedad. Solo al adquirir carta de naturaleza con su predominio cultural (la cultura es exhibición de poder) se vendió durante siglos como un cuerpo elaborado y cuasi perfecto, solo desmochado desde el Siglo de las Luces. Aun aceptando la prudencia poliopcional de los san saru juguetones, sigo pensando que deberían bajar de su pedestal y mojarse. Mientras, reconozco que no consigo reducir la intriga que me producen.
Es un consejo difícil de practicar así como lo entendemos: no mirar, no escuchar, no decir. Si eres un ser humano.
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