De la importancia del ejercicio de caminar para el otro discurrir. Discurrir era una de las palabras favoritas de mi padre. Seguramente no oyó hablar nunca de los filósofos peripatéticos que se juntaban en torno a Aristóteles bajo el pórtico del Liceo de Atenas. Por lo que no supo tampoco de las exposiciones y polémicas discursivas que tuvieron lugar soportal arriba y soportal abajo en aquella cultura urbana. Mi padre fue pastor. Muchas horas diarias, y a lo largo de muchos años, sin humanos alrededor y al pairo de los climas rigurosos del páramo castellano. Con todo el tiempo del mundo para entender a las ovejas y para observar la naturaleza inclemente y también generosa. Y para practicar aritmética y caligrafía, alguno de cuyos manuales elementales nunca faltaron en su zurrón (apenas un año había ido a la escuela de chiquito) Cómo logró convertir todo aquello en su propio discurso interior nunca lo supe con claridad. Debió deberse a la necesidad de la ocupación del tiempo y a las bondades de su propia receptividad. Así que, andando los años, discurrir se convirtió en un vocablo-recurso que utilizaba con frecuencia ante la torpeza de su hijo. Una de sus frases preferidas: hay que discurrir; dicha, eso sí, en tono severo y elevado, con talante riguroso y exhibiendo un ceño exigente. La verdad es que no sabe uno si ha aprendido a discurrir. Y si en cierto grado ha logrado algo, de qué manera ha accedido a ese recorrido de pensamientos y cómo ha practicado ese ejercicio de distinguir acerca de lo que debe elegirse.
Padres afines. Bs.
ResponderEliminarAprender y discurrir. Un proceso para el que no alcanza una vida.
ResponderEliminarun abrazo.
Hay una palabra que también me gusta mucho y ahora la usaré junto a la de tu padre: pues hay que discurrir con arrojo.
ResponderEliminarBesos!
Los peripatéticos tenían razón. Caminando, se reflexiona mejor. Yo solía estudiar paseando hacia un lado y hacia otro de mi habitación. Vuelta va y vuelta viene. Discurrir para discurrir, como decía tu padre.
ResponderEliminarUn saludo.