Pensar en el Océano es pensar inmediatamente en Odiseo. ¿Y en Ítaca? Naturalmente. Es lo que ha suscitado su viaje. Desde que Cavafis lo exaltó en su bello poema, el viaje como aquello que de verdad cuenta, no se atreve a negarlo. El viaje está poblado de monstruos y de seres fantásticos, de territorios insuperados por los humanos y de profundidades terroríficas, de propuestas cautivantes y de seducciones abrasadoras, de acuerdo. Se enfrenta a las dificultades, se ve tentado o retenido, las sortea. Comprende el carácter inequívocamente pasajero de cualquier contrariedad. Extrema el esfuerzo, el autocontrol, el ingenio. Resiste. Sabe que lo importante es no renunciar. Aunque toda la ruta sea un mundo de experiencias no tendría sentido sin el destino anhelado. Vive el día a día como accidente, pero en la medida que se transforma en aventura lo vive además como sentido. Ha impregnado su vida, hace su vida, le edifica. Sigue anhelando la costa deseada, sí. Y Homero, que lo sabe, decide describir y poner el énfasis como lo que es: un relato de aventuras, de acontecimientos, de sucesos en que el valor y la agudeza del hombre cuentan por sí mismos. En que el hombre se pone a prueba. Y el destino pasa a segundo lugar, es la excusa. ¿Tal vez porque es solamente aspiración? No hay reconciliación con uno mismo sin travesía, sin duda alguna. Pero él se queda con la mirada extraviada. Por cada Odiseo que supera las pruebas, si es que hay alguno, ¿cuántos han quedado en el camino? El héroe es también representación de una aspiración, una otra imagen que acaba mostrándose imposible o, al menos, no triunfante. Los mitos suelen estrellarse contra la vida cotidiana. A Odiseo le salva que no es un héroe épico, es el aventurero. Aquello en que todos los humanos problablemente desearían convertirse.
El hecho de nacer nos convierte en aventureros el problema radica, seguramente, en que nos de miedo aventurarnos poniendo en riesgo la mismidad que suponemos haber descubierto. Advierto un sonido aventurero, "9", y de transformación "8" en estas letras. Bs.
ResponderEliminarLo que más me ha fascinado siempre de ese bello poema de Cavafis es la aclaración de que los monstruos con quienes nos enfrentamos en el viaje iniciático que nos hace crecer y verlo en sí como lo que da sentido a la travesía, más que el llegar a destino, no nos encuentran a menos que viajen con nosotros o en nosotros:
ResponderEliminar"Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti."
No he conocido todavía a nadie que esté libre de ellos en lo que va de mi viaje. Es, como bien dices, una aspiración.
Un saludo.
Conociendo la vida homérica, no sé por qué nos cuesta tanto aceptar la nuestra. La Odisea es un libro sagrado, nos explica para que no nos pille de sorpresa, pero nunca escuchamos ni queremos entender.
ResponderEliminarAdoro a Odiseo.
ResponderEliminarY sin embargo en mi opinión la verdadera odisea insoportable que nadie querría para sí y de la que nunca se habla es la de Penélope.
Y es evidente que Odiseo no habría existido sin ella.