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Gusto y regusto de los paisanos por las procesiones, los desfiles, las cabalgatas o las paradas. Lo que se suele presentar como exponente de creencias, cultos, manifestación de poder y armamento, emulación deportiva o expresiones de castas varias no son otra cosa que exhibicionismo. Masa mayor espectadora y masa menor exhibidora suelen fusionarse en el acontecimiento. Los que van dentro se conceden a un determinado papel protagonista de la función teatral y los que miran desde fuera se identifican con el despliegue de los que ejecutan. Toda una estética pasajera que prende en aquella parte de la sociedad que se mira en esa estética. Gustan y regustan del ejercicio de muestrario como un acto de fe en un cierto tipo de influencia y poder. Y sobre todo de seguridad. No hay como esa simbiosis entre mirados y mirones como para sentirse unidos y seguros. ¿Durante una o dos horas? Pobretona percepción temporal de quienes confían en sentirse hormiguitas. Solo que en el caso humano ociosas más bien que laboriosas.    


1 comentario:

  1. Yo lo vería como la invocación de una tradición. Mientras sea sentida por la mayor parte de la gente seguirá siendo auténtica, aunque no por eso deja de ser una costumbre exhibicionista, claro.

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