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En mi niñez solía tener unas pesadillas extrañas que me desgarraban la noche en que había que madrugar para efectuar un viaje. Por una parte, soñaba con formas geométricas que me acuciaban y me acosaban. Formas que se abstraían y adquirían una movilidad incesante, pletóricas de colorido, casi líquidas, que se diluían y se recomponían hasta cebarse conmigo, como si no tuviera escape. El desasosiego producido solamente cesaba al llegar mi padre y espabilarme. Aquella desazón me hacía llorar desesperadamente y el consuelo paterno lograba arrancarme de la garra onírica. Por otra parte, nunca supe por qué ese tipo de alucinaciones tenían lugar justo cuando había que viajar. ¿Eran los preparativos o un significado más profundo acerca del viaje y la separación del lugar? Visto a largo plazo, no pienso tanto en la parte técnica de un viaje como en el simbolismo. Algo que un niño no diferencia tan claramente, y menos en una conciencia (y subconsciencia) que se va haciendo. Creo que incluso de adultos avanzados con frecuencia estamos más en manos del inconsciente o del subconsciente que de este Yo ostentoso con el que nos dirigimos a los demás y nos hacemos sentir en público. Cabe confiar en la aceptación de ese concepto íntimo de que al vivir efectuamos nuestro propio e intransferible viaje y que nuestra armonía depende de que adquiera carta de consenso en todos nuestros niveles emocionales. Pero yo, por si acaso, sigo buscando claves en aquellas lejanas pesadillas que, sólo de ciento en viento, han vuelto espectralmente a mis sueños.


1 comentario:

  1. Buscad y encontrareis, seguro.
    Hasta que no acabemos de reconocer ciertas cuestiones inconscientes producto de todo lo que nos ha conformado no nos podremos quedar tranquilos.... y aún así..... puede que no nos guste ..... y debamos aceptarlo fríamente, sin emociones, tal cual, como si de un calamar diseccionado se tratara. Luego reír, si quedaren fuerzas. Bs.

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