Hay dos expresiones del lenguaje español particularmente curiosas y complementarias, que alguna vez creímos que se habían perdido o desvalorizado. También son potentemente antinómicas. Expresiones que oscilan entre lo grato y lo dramático, según toque actualizar su uso. Dichos muy utilizados por nuestros padres y abuelos, con cierto aire de memoria, de sentencia y de temor. Son aquellos que se nombran como tiempos de vacas gordas y tiempos de vacas flacas. Probablemente venga del pasado rural en que las disposiciones o las carencias se manifestaban antes que nada en los animales que acompañaban a los pequeños aparceros; imaginémonos cómo repercutiría el aspecto en los campesinos mismos. Pues bien, la sociedad española ya había olvidado que ambos conceptos opuestos son también de relevo en esta segunda década del siglo XXI. Ya habíamos olvidado que la abundancia no dura siempre. Y lo peor es que pocos se preguntaban mientras ésta duraba sobre qué bases reales o irreales y fundamentadas o débiles se daba. Pues bien, ya es obvio que las vacas flacas se han instalado entre nosotros. Esa mezcla de orgullo español heredado de los hijosdalgo haraganes y de no reconocimiento de la realidad que nos transmite la opaca sociedad del consumo no es la mejor receta para afrontar los hechos y sus causas. Cuestión de tiempo saber cuán aguda va a ser la delgadez de nuestras vacas actuales y de cómo reacciona la sociedad. Grave sería que el mal se hiciera crónico. Pero una simple dosis de conocimiento y de discernir sobre el pasado inmediato que nos ha conducido a la situación actual no vendría nada mal. Antes de que la convivencia de clases se agriete.
Creo que voy a proponerte para interpretar los sueños del Faraón de Egipto. José no te llega a la suela del zapato.
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