Siempre me resulta un placer leer a Guido Ceronetti. Su traducción y edición del Cantar de los Cantares es el asombro. No menos asombroso y sobre todo rompedor es su libro El silencio del cuerpo, donde efectúa otras lecturas iconoclastas sobre el cuerpo humano (luego también sobre la vida humana), y entiéndase éste como la totalidad. Ambos textos los tengo siempre en la mesilla. Si en el primero Ceronetti es un intermediario (pero un traductor ya se sabe lo que es y además es un reescritor) en el segundo hace de su erudición una herramienta para la agudeza y el desentrañamiento. Me estremece una ¿cita, reflexión, ocurrencia, desenmascaramiento...? que dice "El arma más peligrosa que se ha inventado es el hombre". Por supuesto, la manera de enunciarla es abierta. No piensa tanto en demiurgos o extraterrestres que lo hayan fabricado como en una consecuencia con la que nos hemos encontrado. Se ha inventado, nos hemos inventado, hemos desarrollado, ha acontecido. Y uno piensa enseguida en las modalidades de arma destructiva que el sapiens ha sido capaz de desplegar consigo mismo y con su mera presencia en el planeta, que no creo que haga falta nombrarlas aquí. El problema reside en que lo que fue un arma de supervivencia inicial no ha dejado de serlo. Que lo que mucho tiempo fue riesgo y pérdida para el hombre llegue a ser autoinmolación definitiva. Ceronetti lo deja abierto y yo lo respeto, porque si hay algo maravilloso en la especie es la libertad de pensar y la exigencia de indagar.
"El único error de la Naturaleza es el ser humano",dice algún otro escéptico. Yo intento -para mis adentros- desmentirlo. A veces lo consigo.
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