17/7/12

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Añoro la inquietud y la energías imparables de los niños. Ese desasosiego por causa puramente física, y en absoluto por obligaciones y compromisos como los que la cultura adulta nos somete, con su consiguiente desgaste irreparable, a los adultos. Ese proceso deslizante que lentamente va siendo invadido por las influencias de los mayores. Ese tiempo que se queda en estadio, ciclo o pasado, según recita el sistema de los tópicos, y se pretende cerrar con doble llave, como el sepulcro del Cid, que decía la literatura. Pero la niñez nos persigue y vivifica como espacio que huye del tiempo, de la prisión, de sus límites. Mientras, lo que percibimos en las edades avanzadas o provectas carece de estímulo cuando no de esperanzas. Como el elixir de la eterna juventud no existe, yo invoco y evoco el esfuerzo de la imaginación y de los sueños. Tal vez por eso, entre otras cosas, pero sobre todo, escribo.





3 comentarios:

  1. Tal vez sea así, se escribe para no dejar escapar la imaginación, para seguir soñando, para seguir jugando.
    Un abrazo.

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  2. Añoro el tiempo de la infancia. La percepción del tiempo en la infancia. Esos veranos dilatados con juegos interminables y ausencias de compromisos y responsabilidades. Sólo tiempo para jugar y soñar. La vida estaba por escribir. Ahora que ya está escrita o nos la escriben, escribimos para escapar del texto que nos viene impuesto.

    Un abrazo.

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