No me acuerdo bien de cómo era yo en las edades tiernas. Por eso ahora me digo tantas veces a mí mismo: si los niños hacen preguntas ¿es por una curiosidad refleja, un paripé, un procedimiento de integrarse con los mayores, un modo de emularnos y de recabar nuestra atención? ¿Qué hay de impulso sincero en ellos, de juego que nos obligan a compartir, de método de desbrozo del camino irregular y sinuoso por el que avanzan? Practican el despiste. Nos observan meticulosamente, extienden su red, la lanzan sobre nosotros y, de pronto, cuando menos nos lo esperamos, nos hacen creer que no les interesamos en absoluto. ¿Santos inocentes?
Una bonita reflexión, me ha dejado pensando.
ResponderEliminarYo creo que son sinceros: sus intereses varían como el viento, no hay apegos ni intenciones, preguntan lo que no saben y miran hacia dónde quieren. Somos nosotros, los mayores, los que no soportamos ser su punto de atención, no ser hipernecesitados.
ResponderEliminarLos que no soportamos NO ser su punto de atención permanente, quería decir...
ResponderEliminarPreguntan porque no saben, y eso no les averguenza. Con el paso del tiempo, aprenderán a inventarse las respuestas en vez de preguntar: en ese momento serán adultos.
ResponderEliminarAún tienen el cerebro poco lleno de serrín.
ResponderEliminarInocencia en su más pura expresión. Lástima que se pierde rápido...
ResponderEliminarUn abrazo