Iniciar el día con una extracción de sangre de tu cuerpo. Esas muestras rutinarias que te toman para comprobar que nada ha cambiado para que todo siga igual (o viceversa: que algo ha cambiado para que ya no sea lo mismo) Mirar tu propia sangre fuera de los conductos habituales, aunque sea durante este breve tiempo en que se queda en un tubito, tiene su ternura. Qué corto es el ojo, qué límites en ese vistazo en que no se ve sino el color denso de la propia masa líquida. La despides deseando que sea buena. Piensas entonces en lo terrible que tiene que ser un desangrado violento. Entiendes por qué es un símbolo de símbolos.
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