31/3/12

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No sé si el valor de las palabras reside en sí mismas o en su procedencia. Si un anuncio publicitario me dice sonoramente: sé feliz, lo más probable es que yo salte con una grosería. Si me lo suelta un clérigo, no me cabe duda de que le devolveré una ilustrativa blasfemia; prefiero que me tenga por irreverente y equivocado a por imbécil. Cuando me lo ha soltado un político profesional del sistema, le he espetado, no obstante con un cierto riesgo por mi parte: vaya, ya veo que vuestra corrupción os hace felices, qué mediocre os lo fiáis. Si me lo dice un amigo por la calle, lo común es que le responda: y ¿qué es para ti la felicidad? Pero cuando me lo dijo sin alharacas ni mandato un nonagenario a punto de morirse, me faltó la palabra y mi mirada se puso turbia. No sé qué tiene la orilla de la vida que hace brillar la sinceridad por encima de las apariencias. Miremos siempre, por favor, cuanto hay detrás de las palabras y de quienes las pronuncian. Y no nos importe plantar cara a la falsedad y soltar a bocajarro una adecuada maldición. Oxigena tanto la boca del estómago.



3 comentarios:

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  2. Tienes una variedad muy extensa a la hora de oír la manida frase. En La Misteriosa, salvo yo, nada ni nadie sabe pronunciar palabra. Los cangrejos y los pelícanos han empezado a construir una enorme Torre de Babel. El final de la historia bíblica seguro que la conoces, pero el desenlace de lo que está ocurriendo en La Misteriosa... ... ...ni te lo imaginas.

    !Qué seas feliz!

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  3. maravilloso el ejemplo del nonagenario, hace tomar conciencia de la palabra

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