9/3/12

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Cuentan que un modesto orfebre de una pequeña aldea de la Laguna Veneta había efectuado un viaje con Marco Polo y había pasado algún tiempo en las estepas del Asia Central. Ya de vuelta instaló un taller que recibía encargos de otras repúblicas y ciudades estado, no demasiado numerosos porque no aceptaba ni premura de tiempo ni especiales exigencias, sino que solo pedía que le dejaran hacer. No obstante el reducido volumen de sus trabajos nunca le faltaron pedidos, puesto que las grandes fortunas se le disputaban. Le preguntaron en cierta ocasión cómo lograba aquel dominio de sus obras. ¿Por genio, por inspiración o por maestría revelada?, le inquirían. Y como si no entendiera la pregunta respondía que él se ponía a la tarea, sencillamente. Pero tiene que haber algo más, hay muchos otros orfebres que también se dedican sin parar y no alcanzan la calidad de tus obras, le insistían. No, no, yo me pongo y, lo único, eso sí, es que mientras cincelo o repujo o caso los engarces es como si regresara a aquella pequeña ciudad que administraba el Gran Khan. Siento que con cada obra inicio de nuevo el aprendizaje.

1 comentario:

  1. Me encanta, ahora en plena fase de aprendizaje, este escrito me viene como lluvia en mitad de la sequia

    saludos

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