Levantarse de madrugada simplemente porque no hay manera de seguir durmiendo. Cambiar un panorama interior en el que eres tú pero también alguien ajeno por el paralizado horizonte de la calle. Cuando el amanecer es tan tibio que apenas percibes que se desprende de la noche. Un inapreciable pero incesante cambio del que solo tomas conciencia cuando la claridad se ha consolidado. Algo así como la vida. ¿Cuántas visiones de la luz perdemos porque nos obsesiona su cénit y no cada instante?
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