Nuestras sociedades se han llamado a sí mismas durante los dos últimos siglos productivas. Hoy habría que añadir que también pueden denominarse consumidoras y consecuentemente despilfarradoras. No estoy pensando solo en la economía doméstica, donde cada uno sabe lo que aprovecha y lo que tira. Pienso sobre todo en las grandes producciones industriales, que suelen acabar en enormes despilfarros. En la industria de armamento que, al cabo de un tiempo queda anticuado, y donde las grandes potencias o bien sacan sus stocks al mercado de segundos o terceros países, o se pudren en arsenales inútiles, con su coste en almacenaje y riesgo. Otro tanto podría decirse de las obras públicas infrautilizadas, de la fabricación de medicamentos superior a la demanda y que queda obsoleta, o de los excedentes de cultivos, por citar algunos ejemplos. El panorama es extenso. A nuestras sociedades el tema les supera, sobre todo porque no tienen capacidad decisoria prácticamente. Subsidiarias del todopoderoso mercado, no saben ni pueden poner coto al despilfarro generalizado. El objetivo no es cubrir necesidades y proporcionar satisfacción a los individuos. El objetivo es la Bolsa de valores.
La manera de acabar con el stock de armamento no es dejar que se pudran, sino montar una guerra preventiva. En cuanto a lo demás, estoy de acuerdo al 100%.
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