Leo en su Spleen esta ironía y sutileza de Baudelaire: "¿qué puede importarle la condenación eterna a quien por espacio de un segundo ha alcanzado la infinitud del goce?" Dicho así, parece un problema de pulso entre dos infinitudes, o acaso de una elección obligada. Pero el error de la oración consiste en que se parte de presupuestos diferentes. Por una parte, el tiempo de la condenación eterna se evapora en su propia condición de inexistencia. La comprobación del goce, por muy transitorio y efímero que éste sea, ratifica por el contrario una faceta de nuestra materialidad. El problema se plantea cuando la persecución del goce deviene en condena, sobre todo si no se satisface del todo nunca. El poeta sabe de qué habla.
24/2/12
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Leo en su Spleen esta ironía y sutileza de Baudelaire: "¿qué puede importarle la condenación eterna a quien por espacio de un segundo ha alcanzado la infinitud del goce?" Dicho así, parece un problema de pulso entre dos infinitudes, o acaso de una elección obligada. Pero el error de la oración consiste en que se parte de presupuestos diferentes. Por una parte, el tiempo de la condenación eterna se evapora en su propia condición de inexistencia. La comprobación del goce, por muy transitorio y efímero que éste sea, ratifica por el contrario una faceta de nuestra materialidad. El problema se plantea cuando la persecución del goce deviene en condena, sobre todo si no se satisface del todo nunca. El poeta sabe de qué habla.
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