Siempre tuvo dudas sobre la supuesta razón en sí de los accidentes. Vistos por las gentes como una tragedia ineludible les dejaban mudos. Pero él siempre dudó. Tenía que haber algo más, no sabía qué. ¿Será por aquella cadena de acontecimientos luctuosos que fue marcando de cerca y luego con el olvido de lejos su infancia? Un año, el hermano de su amigo el pecoso se mató con la moto; al año siguiente, fue el mismo pecoso quien pereció ahogado, y eso que era experto nadador; entre medias había muerto la lechera del barrio y su hija en otro atropello; a la mujer del maestro la hallaron muerta entre las vías de la estación un amanecer ...Como recuerdo de tanta desgracia quedó un cierto grado de espectáculo y un enorme sobrecogimiento entre los vecinos, auspiciado, cómo no, por las sotanas. De todo aquello, y de manera inexplicable, se derivó que él no creyera nunca por las buenas en el destino ni en que todo quedaba cerrado con la frase administrativa "muerte por accidente". Fue la primera vez que tuvo conciencia de que iba a la contra de las supersticiones de la gente.
Y no olvidemos que, para los políticos, los accidentes son un escaparate inmejorable en el que llorar cara al público. Estos días cada cual reclama a sus víctimas según la nacionalidad o procedencia, como en el accidente de Santiago de Compostela.
ResponderEliminarUn saludo
Juan M.
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