Veo estos días una vez más dos países. Uno de fiesta, toros y vino que invoca a un santo antiguo, como si todo fuera una celebración maravillosa sin fin, es decir, sin problemas. Otro de negro que va desde las cuencas hulleras a la capital del reino en un gesto entrañable de las mujeres, pero ¿inútil? Al negro de mineral y del luto secular por las víctimas del trabajo se sumará en breve el luto de la muerte definitiva de la minería. Dos no sé qué con nombre de país que no saben ya cómo sentirse ni saben dónde se encuentran. Siempre dos países. Qué condena.
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