Nunca entenderé el recurso al insulto y a la descalificación brutal al hablar unos individuos de otros. Lo cual no es un reconocimiento de perfección moral de mí mismo. Desgraciadamente, el impulso de la emoción ante algo desagradable que siento como ataque me pone en el disparadero de entrar yo también en esa antidialéctica. Para, a continuación, sentirme frustrado: primero, por formar parte, siquiera brevemente, de aquella actitud que es deleznable y que no comparto; segundo, por la frustración y el efecto de impotencia que me produce.
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