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No deja de ser sorprendente la utilización del adjetivo posesivo para designar la ciudad en que habitamos. O comarca, o región, o país. Oh, mi ciudad. Oh, nuestro país. Lo hacemos también para hablar del espacio de origen, aunque no hayamos vuelto a pisar por él. Un sentido paradójico de pertenencia, ya que en muchas ocasiones solo somos reconocidos formalmente, y siempre considerados relativamente como tales miembros de la cives. Hay un refrán sumamente pragmático, aquel que dice El buey es de donde pace, no de donde nace. Un amigo extremadamente burlón lo modifica: el buey es de donde paga impuestos...Esa reducción a lo económico no es baladí, de la misma manera que una ciudad  -o una comunidad superior o un Estado-  tiene sus dueños de facto. Los que verdaderamente, desde sus posiciones de banqueros, grandes industriales, propietarios de distribución comercial y rentistas tradicionales o advenedizos, y sus respectivas banderías políticas, religiosas o gremiales, pueden afirmar el adjetivo como absolutamente posesivo o más cerca que nadie de serlo. Los que auténticamente influyen sobre el diseño urbanístico y los modelos de crecimiento económico y hacen que la ciudad  -o comarca, o región, o país-  estén a su disposición.  




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