Malos tiempos para la ética. ¿Malos? Más bien, extraordinarios. No hay como conciencia de caída para replantearse todo: el suelo, el cuerpo, el ambiente, lo que acecha, los accidentes del camino, qué ser y hacia dónde ir. Toda la corrupción que sale a conocimiento de la opinión pública no solo cuestiona a quienes -en altas, medianas o pequeñas instancias- se han pringado. La pregunta la tenemos instalada en el corazón del ser particular y del ser colectivo. Sólo falta iniciar la búsqueda de respuestas. Sobre todo éticas, naturalmente.
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