27/5/12

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La primavera avanzada juega a ser avanzadilla del verano. Dispara las temperaturas para enseguida hacernos un regate y de pronto recular. No sé si es reflejo de ese comportamiento la alternancia de temperaturas que también se producen dentro de mi cuerpo. Como si éste hablara al paso de aquel y se desquiciara al no encontrar su propio punto. No siempre nuestro cuerpo conversa con el mismo lenguaje exterior. Fuera y dentro son términos imprecisos y sobre todo insuficientes. La vida no es la ubicación lineal de los objetos, incluido el hombre. Vivimos ecosistemas y generamos ecosistemas. Como reflejos concéntricos sobre el agua se imbrican unos en otros y se desligan unos de otros. Se diluyen y se regeneran. Acaso hasta el infinito, si bien nos circunscribimos sobre determinados acontecimientos a unos límites forzados coyunturalmente. No se puede establecer una clasificación rígida de los ecosistemas, salvo que se pretenda otra cosa. Precisamente lo maravilloso del biós es que lo homogéneo no existe de manera absoluta y dudosamente de modo relativo. Lo pretendidamente homogéneo es intención ideológica de los clanes que se nos superponen con ánimo de que transcurramos aquiescentes hacia el redil. Lo homogéneo suele resultar un dogma impuesto para que no nos sepamos únicos y no nos interpretemos pactando unos con otros como únicos. Sin el reconocimiento de los ecosistemas humanos la libertad es un eco difuso y malherido de un mito que se invoca pero que sobre todo se nombra para renunciar.



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